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Diomedes Díaz y la canción vallenata que decidió grabar bañándose en el Río Guatapurí.

Diomedes Díaz y la canción vallenata que  decidió grabar bañándose en el Río Guatapurí

•Así fue con “Fantasía” una joya escrita por Rosendo Romero. •A veces hasta los más grandes se equivocan de momento. 

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que nacen listas para volar… y otras que deben esperar su momento, como quien aguarda bajo la lluvia a que salga el sol. Así fue con “Fantasía”, una joya escrita por Rosendo Romero, que pasó de ser un susurro olvidado a convertirse en uno de los más hondos suspiros del Cacique de La Junta.

Rosendo no la escribió con apuros ni buscando aplausos. La compuso con la paciencia de quien ha amado mucho y ha perdido más. Era una canción distinta, tejida con palabras que parecían sacadas de un sueño, y como todo sueño, necesitaba el silencio para hacerse entender.

La envió a Diomedes en un casete, confiando en que ese corazón de trovador sabría leer entre líneas. Pero Diomedes tenía muchas canciones sobre la mesa. Muchas voces, muchos ritmos, demasiados afanes. Escuchó unos segundos, y sin ánimo, la puso a un lado. No era su día. A veces, hasta los más grandes se equivocan de momento.

Pero el destino es terco. Y la música, cuando es de verdad, no se rinde.

Un joven, cercano al entorno de Diomedes, escuchó aquel casete. No tenía nombre famoso, ni arreglos modernos, pero tenía alma. Y ese joven la guardó en el bolsillo de su camisa, como quien guarda una carta que aún no ha sido leída.

 • Y allí en medio del canto de los pájaros y el murmullo del río Guatapuri, la voz de “Fantasía” se alzó suave pero firme.

Días después, en un paseo al río Guatapurí, mientras Diomedes se refrescaba entre risas y agua clara, aquel joven conectó el sonido del carro y dejó que la canción hablara. No dijo nada. Solo le dio play.

Y allí, en medio del canto de los pájaros y el murmullo del río, la voz de “Fantasía” se alzó suave pero firme. Diomedes la escuchó. Esta vez, con el alma.

—¿Y esa canción? preguntó, aún con el agua escurriéndole la nostalgia.

—Es la de Rosendo. La misma que una vez no quisiste escuchar.

No hizo falta más. Diomedes se quedó quieto, como si el río se hubiera detenido también. Cerró los ojos. Escuchó cada palabra. Sintió cada verso. Y supo que esa canción no había llegado tarde… simplemente, había esperado su hora.

Meses después, la grabó junto a Colacho Mendoza, en el álbum “Tu serenata”. Y lo que antes fue un “no”, se convirtió en un canto eterno.

Porque hay canciones que no mueren. Solo se esconden… hasta que la vida les da una segunda oportunidad. Y cuando eso pasa, ya no se escuchan con los oídos, sino con el corazón abierto como un paraguas bajo la lluvia.